Este martes por la mañana, desperté por culpa del TV y el noticiario matutino mostraba las imágenes, no de un asesinato o declaraciones de un maldito político mintiendo para desgraciarnos la vida, sino de un concierto realizado el día anterior en Lima. Eran las imágenes del mismísimo Paul Mc Cartney gritando a viva voz “¡Viva el Perú carajo!”. Vaya que no estaba “soñando despierto” como dice una canción de Lavoe; mi cuerpo extenuado y casi en estado de levitación poco a poco iba entonando con el día a día.No obstante, advertí algo que en el pasado era casi impensable, más que en una alucinación con bastante trago y música de la buena, o sea la de los Beatles: Había estado la noche anterior en aquel lugar disfrutando de la música del eterno beatle. Estuve ahí porque, siendo niño, miraba unos comics con cuatro personajes tarareando canciones en un idioma que no entendía y cuyo ritmo me hacia mover el pie sin que lo premeditara.
Estuve ahí porque mi madre quien se aproxima a tener la edad de Paul me contó que existió un grupo fantástico llamado The Beatles, estuve ahí porque inicié un eterno romance musical que es parte de mi vida, porque juntaba de sol en sol para comprar discos de vinil a costa del presupuesto de mis padres y abuelos, estuve ahí porque prometí hacerlo algún día donde fuere, porque su música siempre me hizo y hará feliz, pero más que todo estuve ahí porque el Perú ya estaba en los Billboard de la escena mundial socioeconómica luego de años de sacrificio. Sí, Tenía que estar ahí. Fue una experiencia indescriptible, el inicio no pudo ser mejor “Hello Goodbye” empezó a sonar y mientras contemplaba absorto a Paul, recordé que esa fue la primera canción que aprendí traducida a los 10 años, volé a la infancia con la lúdica canción, el llamado de atención de un sacerdote en la primaria cuando me jaló las orejas por tocar con mi trompeta el inicio de la Marsellesa, himno liberal y del APRA en el Perú, ante lo cual respondí: "Padre yo sólo quiero tocar All You need is love". Luego la adolescencia con el intercambio de lo poco que teníamos pues ir a casa de alguien para escuchar un Long Play de la Banda era toda una hazaña. No existía la Internet y apenas aparecía el CD, en una ciudad como Chiclayo era muy difícil conseguir discografía o souvenirs. Recordé la primera vez que vi y toqué la tapa del fantástico Abbey Road en el suelo de un revendedor en la Av Balta, y darme con la sorpresa del buen estado del LP el cual compré disimulando la ansiedad pues significaba todo en la música popular Rock para mí, aquel cachinero no supo nunca lo que había hecho. Vino a la memoria el día cuando completé la discografía oficial y seguí con recopilaciones diversas de la banda y en solistas, se acopiaba toda clase de información: Letras, cancioneros, tablaturas, fotos, biografías, posters. También se suscitaron pequeñas tragedias familiares como agujas rotas, parlantes quemados y discusiones, los debates en la universidad sobre si los Stone o The Beatles, el Rock norteamericano o el británico, fueron tantas las vivencias e influencias evocadoras. Luego asomó gratamente lo que la tecnología nos ofrece pero sólo es el ápice de una pirámide inigualable de romanticismo musical que no deja ser increíble pues la beatlemanía es una dulce y poderosa droga que nadie quiere dejar y cuyo consumo nadie puede condenar. Con emoción puedo decir que cada momento feliz vinculado a mi vida y a los Four Fab vino a mi memoria y se comprimieron en segundos en el esperado concierto, transmutándose en algunas lágrimas de dicha mientras miraba al cielo en pleno concierto agradecido por este regalo. Todo el recital fue un momento cumbre, por lo que es Paul Mc Cartney, quien alguna vez, fue ingratamente dejado de lado ante la mitificación de Lennon luego de su asesinato. Siempre he dicho que no puede existir Lennon sin Mc Cartney y viceversa, no soy ni lennonista ni mccartista, pues sólo la música beatle puede lograr lo que el extraordinario artículo de Carlos Cabanillas plasmó con estas líneas en la Revista Caretas de hoy: “Todos juntos, maccartistas y lennonistas, fujimoristas y humalistas –es decir, maccarthistas y leninistas– unidos, cantando una misma nota”. Puede sonar paradójico pero eso no cesó de ocurrir en aquella mistura orgásmica en el estadio monumental.
Paul es un músico talentosísimo y perfeccionista, toca todos los instrumentos y graba sus producciones solo, en el escenario posee una performance envidiable para ser un tipo de su edad (aunque en honor a la verdad en locomoción es superado por el endemoniado Jagger y ni qué decir del poseso Angus de AC/DC, son estilos diferentes) marca el ritmo con el pie como los músicos académicos y a la vez irradia un carisma propio de los grandes líderes. Aquel lunes 09 de mayo fue memorable, en su rostro se reflejó el amor de este pueblo por su música, un público seguidor que espero tanto y tanto; pienso en algunos amigos con quienes hice música que lo admiran y en aquellas personas que por razones de tiempo o económicas no pudieron asistir, porque lamentablemente hay snobistas que van sólo para que digan que estuvieron ahí sin sentir o vivir dentro del alma y el cuerpo la maravillosa música de los Beatles. Las vivencias son inolvidables. Peruanos de todas las edades coreando al unísono los temas, ví a una dama sexagenaria avivando el canto de Lennon como una universitaria antes de la parte final de “A Day in the life” luego del estribillo que versa: “encontré el camino de subida por las escaleras y me fumé uno…Ah Ah Ah”. Otra mujer orando con lágrimas durante la ejecución de la romántica" All my loving" quizá por algún ser amado que viajó al más allá y quien no deja de cantarle: “Y luego mientras esté lejos escribiré a casa todos los días y te mandaré todo mi amor”.
No habrá un concierto así en Perú, a menos que surja un grupo de la misma trascendencia y talento que los cuatro de Liverpool, tan emotivo, tan musical, lleno de matices, porque por ahí vi a alguien asustarse cuando cantó Helter Skelter (aquella canción que fue el primer registro musical del Heavy Metal). La poesía musical de The Beatles y de Paul, estuvo viva más que nunca y como nunca en el Perú, qué gran público somos, gestándose una Química que hizo fisión ese día pues siempre estuve convencido que, de ocurrir aquello, iba a ser surrealista e histórico a la vez.

Quisiera agradecer a cada una de las personas que cultivaron en mi persona la pasión y el amor por esta bella música.Durante la II Guerra Mundial, mientras los aviones Stukas de la Lufwaffe se agazapaban sobre el espacio aéreo inglés, en el puerto de Liverpool, Dios permitió el nacimiento de cuatro niños que unieron sus vidas y le dieron al mundo momentos muy felices, como el vivido por el Perú el día 09 de mayo de 2011, esos niños respondían a los nombres de John, Paul, George y Ringo. ¿Les suenan?.
Finalmente quiero reproducir la expresión de mi amigo de la escuela, Jorge Ramos, quien vive en Santiago de Chile, y como peruano, aunque lejos, pero con el corazón puesto en su tierra, ha vivido la misma emoción: “Zorro ahora ya puedo morir tranquilo.....!!!! Pensé que nunca iba a tener la oportunidad que tuve anoche, oportunidad añorada desde la adolescencia, cuando uno trataba de aprender en la guitarra los acordes de sus canciones y lo único que sentía era admiración por esos 4 flacos pelucones que convertían lo simple en admirable.... Yo sé que tú me entiendes (como dice la China Tudela).
Quisiera discrepar con Koky, pero creo que aún no puedo morir tranquilo mientras tengamos a Paul con nosotros, pensaba como él, pero ahora solo retumba en mi cabeza una frase como la de “number nine” en Revolutión N° 09 y es esta: Get back Paul, Get back Paul, Get back Paul (bis a la n).