viernes, 27 de noviembre de 2009

SURCANDO LA OSCURIDAD



En este silencio sepulcral
vislumbro el fuego de tu regurgitar blasfemo
que derruyó aquel amor de agraciado metal
hecho de aleación pura en dos amantes efebos

Y en la sombra me sabe a hiel de abismal averno
ese placer de expectorarme con iracunda perfidia
me calcina la piel aún en inocente sereno
sin ver nuestro sol, sólo esa lapida encima

Vivir, amar, agonizar, morir
volé alocado envuelto en corazón irracional
y hoy en fuga mi anhelo es descubrir
desde lo alto de la ciudad dónde andas Hada Fantasmal

Tengo cadenas en un mundo de condena
e impertérrito habito en esta dimensión inexplorada
en la que vago de luna en luna
en la que lloro cristales que escinden mi mirada

Tánto amor, tánta alegría
extraviados en aviesos pensamientos
de tortuosas cadencias e ignominia
de grilletes perpetuos sin canto tierno

No sé qué será mañana
si día o eterna noche
espero no me abrase el sol en sequía
espero no me nuble la eterna y noctámbula oscuridad

Sin ella, sin ella....


martes, 17 de noviembre de 2009

HORA DE VOLAR



Mis bucólicos pasos se han extenuado
cerca al umbral de tu sonrisa perdida
estallando en las calderas de ese orgullo desalmado
cremando sacros talismanes pendientes de dos vidas.

Este negro mes huracanado
despoja versos transparentes
me encierra en prisiones de palabras asesinas
mas aquel único noviembre habita
en un sepulcro sosegado
y adornado con la fuga
de ingratas rosas con espinas.

Al deliberar al amor como algo solitario
me asalta esa mirada anclada en la mía
y mis recuerdos de astro alado
devoran lo que fui
muriendo amordazado
por tu juramento perpetuo de alejarme

Ante esta hoguera clamo a Prometeo
revierta al Olimpo su botín
y me prodigue el secreto de las Hespérides
en copos finos de abedul,
aposentos de aire y efluvio
nubes sin retornos eternos
o tal vez un fantasmal Pegaso
que cabalgue hasta el cosmos infinito
donde no pueda escribir estas rimas tan malditas

jueves, 12 de noviembre de 2009

GELIDEZ ASTRAL

No te traicioné conquistada poesía
aún te busco con mi escafandra
en el océano insondable de zócalo abismal
asfixiándote con auxilios del sin amor.


Descansa en el cimiento la pureza de iniciado
pétalos de hojas suplicantes y escritos rojo intensos
imaginando un rostro incierto
el de ella al umbral de esa hermosa tarde.


Y me sabe a pira el espacio que nos separa
es lágrima el agua donde agonizaste
sangre la tinta borrascosa en su penar
buscándote por su fuga dolorosa y claudicante faz.


Escribo negando al amor abdicado
que es sólo un pávido gemido traicionero
pues te abrazo ahora desde el fondo hasta el cielo
lanzado por la ira de tu entierro.


Escribo como estrella solitaria de alma fallecida
gélida en espacio no celestial
un eterno purgatorio que escarcha mis venas
en lánguida caricia que cercenó mis labios ...


...Que no besarán jamás...




MI CINEMA PARADISO



lunes, 9 de noviembre de 2009

AMARYLLIS


Te adopto por siempre en azucena blanca y pura
exenta en opio de amapola en su mazmorra
sin flamas lascerantes embriagadas
sobre nuestra piel cicatrizada

Adopto tu mirada de farolas almendra
sobre la mía sin rayos arcanos
y hiedras de abrazos azules bajo estrellas
concibiendo lazos mágicos en los cuerpos

El sol crepuscular anclado en tu mirada
la vida en nuestras vidas separadas
las travesías, el embeleso nocturno
dueños del tiempo en dos corazones ave flor

Solloza la golondrina alejada de su nido
porque se ha desvanecido
y una estrella milenaria cae como fugaz
alas destrozadas, fragmentos de astros

Poseidón se alimenta en Mar Rojo
y abre su camino lascivo
al naufragio de nuestros espíritus
mas si en tu reproche renunciar simboliza amar,
entonce amé, no traicioné, no renucié

...Damn my situation and the games I have to play With all the things caught in my mind...

viernes, 6 de noviembre de 2009

SERENATA INCONCLUSA


Hoy me sabe a llovizna el canto de tu nombre
desciende en mi rostro escarcha en Primavera
aunándose lágrimas sangrantes
prosiguiendo el surco impensable del destino

Asoma este doliente día
de cuarenta y nueve rosas solitarias
hermanándose una a otra que en años sonreían
como traicionadas y develadas escafandras

Calcinados ojos en abyectas palabras
se hallan ciegos sin camino
viene como un bálsamo el rocío
mas inútil me remembra tántas cosas

Te imagino en tu ventana adolorida
contemplándote a ti misma en una luna
me percibo a mí mismo en una celda
sin estrella que alumbre mi condena

Y en el estentóreo grito que me acosa
fugo maldecido hasta mi muerte
viajando premunido de una sombra
nota muda arropada en vaga suerte

Fuiste estrellaluna en aquellos brazos
pero fantasma condenado sin cadalso
soy un piano ya sin cuerdas
yo era un ave, era feliz

Yace un cuerpo inerte en el olvido
era un alma envuelta en pentagrama
una rosa más sobre mi tumba
que descansa en ella a su violín
"ANTES DE PARTIR" Y "DONDE TU VAYAS" DE JOSE ESCAJADILLO, EN LA GRAN VOZ DE LUCIA DE LA CRUZ.
MI HOMENAJE A LA MUSICA CRIOLLA PERUANA QUE ESTUVO DE FIESTA EL 31 DE OCTUBRE
LE DEBO UN BRINDIS, TAL VEZ EL AÑO PRÓXIMO , QUIÉN SABE...

martes, 3 de noviembre de 2009

LAS AVES TAMBIEN LLORAN





En el epílogo del crepúsculo, cargado de hiel y desasosegado internamente, cruzaba los areniscos terrenos del gran océano que humedecía mis pasos luego de derramar las últimas e ignotas lágrimas que me quedaban. Solo una vez más, afligido y desconsolado, al borde de la nada, el pensar existencialista me embargaba cuan olas a la orilla, el cielo que rojizo color tenía se tornó lánguido, reforzando mis heridas; era tan gris que se asemejaba a mi alma adolorida y enferma por los garrotazos que el destino tejió en mi vida. Tánto amor, tánta alegría. Mas qué difícil es entender cómo hermosos sentimientos se desvanecen en el espacio al igual que el humo de mi fiel cigarrillo que sin reproche alguno moldeaba figuras caprichosas al ser atravesado por la luz, proyectando imágenes que movilizaban a mi imaginación.
Un buen día y finalizados largos meses de malaventura, fingiendo ser feliz engañaba a mi memoria y me inventé la idea que lo acontecido fue un mal sueño, me hallaba en la absoluta soledad y aún en mi hogar, el cual siempre atiborrado de gente, en el fondo era tan vacío como un fofo baúl en un castillo de anarquías indisolubles. Aquel día, trabajando en un proyecto de estudio, sonó el teléfono como todos los días, sin pensar cuál sería la voz que entonara la conversación. De inmediato la reconocí, una voz casi agrietada, de un tono bajo que inspiraba remordimiento. Sí, era ella. Mi cuerpo y mente gozó de no sé qué, pero súbitamente entrelazáronse difusos sentimientos encontrados de amor y odio lo cual atravesó raudamente mi corazón aún palpitante. No sabía qué decir, transpiraba abundantemente...No lo concebía...Por un instante  todos los momentos que compartí con ella en el pasado se comprimieron en un puto segundo.
En la furtiva noción del amor que me secuestraba era impensable que un alma tan benévola oscile entre el umbral del odio reprimido y un amor reciclado y “acéfalo”. Pero el yerro es humano en todo el contexto que se pueda imaginar, y una vez solo entre un vaso de ron y cigarrillos, afloraron esas miserias “incurables” que me agujereaban una y otra vez. Ella, desconocía que vivía en un submundo, miles de metros debajo de ella y de la tierra. Quizá sintió lástima por la sombra en la que me transmuté, le regalé fingidamente y casi a rastras con el arte del embuste una mísera sonrisa, tratando de ser otro.... Qué limitada es la visión de alguien que en medio de una supuesta y casi evasiva confusión trata en vano de malgastar su vida al igual que yo intentando ser feliz o satisfacer sus más oscuras banalidades. Mi vida entonces transitaba emocionalmente de manera tortuosa y desencadenante; algunas veces pregunté al espejo si valía la pena seguir con esa cruz que congelaba la lógica de un “prominente” futuro.
Ella, entonces musitó un misérrimo tono de voz, casi pude sentir lástima o conmiseración, pero algo en mi conciencia me dictaba las duras pero a la vez racionales palabras que me hicieron decir las peores mentiras afectivas; me pidió un poco de serenidad, no accedí o quizás no lo entendí, tomé fuertemente el auricular, cerré la conversación con una rotunda y sonora negación, aquella negación que durante tanto tiempo corroyó mi alma como una terca gota a una piedra, pensaba erróneamente que compensaría mi tormento.
Volvió a timbrar, y pensándolo más de una vez, levanté el ya viviente teléfono. La ansiedad enmarrocaba mis labios, mi ser amenazaba aquella estructura que había mutado de apacible y cálida emoción a una gélida e impávida indiferencia. No puedo definir en realidad qué motivó tal insistencia, hasta ahora no sé porqué; si las culpas, los conflictos no resueltos o la simple tentación de devanearse en la adrenalina, mas lo que sí me atrevo a afirmar con valía es que, dentro de todo el rencor, no pude aseverar que esa agridulce llamada me arrancó una sarcástica sonrisa. Descubrí algo que hacía mucho tiempo atrás había descartado con un desparpajo involuntario; era la perseverancia y la madurez del ser humano, aprendiendo que la necedad del ser forma parte de un proceso de automarginación que afablemente no hacía más que ejercer sobre uno el efecto de redescubrir las delicias espirituales que comprendía el rol de desarrollo de un muchacho como yo. Pude reconocer que aún no me sentía en la plena capacidad de indagar por mí mismo, es decir, que impedido y cegado por el revanchismo de una herida mal curada y llena de pus, tendía a quedarme solitario renunciando a todo aquello que otros tal vez consideren idílico o utópico... Era el amor, el sentir por el cual tantos poetas y
pensadores escribieron, o el vómito del amante ebrio en su camino sin retorno al amor que motivó su borrachera; era un sentir casi extinto, era esa luz que anteriormente iluminaba mis perezosos amaneceres, que me llamaba por las noches deseándome dulces sueños, era esa la escafandra que me permitía tomar el aire para respirar y sobrevivir en un escenario cruento y despiadado.
Mi cuarto se iluminó ulteriormente de ilusas abstracciones, de recuerdos imperecederos que hacían daño, de luces artificiales y de luna que usurpaban el umbral de mi ventana. En ocasiones sombras del pasado insistían en tocarme la puerta como la muerte acecha al agónico enfermo en un frío hospital, restregándome sólo dolor, pena y malditos e inútiles sermones.
El tiempo iba y venía, se había relativizado su esencia, desafiando sus propios límites pues siempre por alguna razón deseé hallarme nuevamente cerca de ella y lejos de ella, perdiéndo las nociones del pasado, presente y futuro, por concebir que las quimeras de sus poemas y canciones renacieren en un canto de aquellas aves que escondían un terrible llanto, la disonancia era escalofriante. Qué más daba. Me convencí en confundirme de la manera más estúpida posible, levitando en un abstracto panorama de espumosos candores ambivalentes, como las olas que rompen en la playa y no se sabe en qué lado de ella se extinguirá su hermosa y aviesa travesía y que ella, mi mejor ejemplo de “femme fatale” tuvo en mí a su judío experimental, o un ser sobre quien desenfrenara sus más absurdos caprichos y posiciones de siniestra manipulación. Un aniversario, el cual no recordé, manifestó con cruel sinceridad que no era feliz, que el rumbo que eligió no fue el más idóneo, al menos en ese momento, porque lo más probable es que sólo haya sido eso, “un mal momento” nada más y no lo que en sus vuelos reforzados por el alcohol y la ilusa imaginación decía que era: el amor más bello de esta tierra o la unción más perfecta que sólo pertenecía a los dos.
Aducía que los suyos sólo profesaban el lucro personal sin fijarse maquiavélicamente en el daño involuntario o colateral que recaía en ella y en personas buenas; vilmente me alegré por ello, aunque no fuere mi culpa y soportando el cuajo de escucharla, respondí con indiferencia; supongo que en medio de su distorsionado entorno trató de aliarse con un perdón que según creo podía aliviar su inconciente conciencia. Mis respuestas, tan cortantes como una hoja afilada cercenaron la oralidad y la pantomima histriónica que ella demostraba con plausible calidad actoral, lo cual no me importaba pues sabía que en el fondo me odiaba. Me odiaba por no dejarme ser presa de su carroña existencial, de sus inseguridades que le generaron tentativas de infiel matiz. No saben cómo lo disfruté, no saben cómo tácitamente anhelaba un momento similar de triturar su emoción, de hacer incandescente el fiero dolor que en ese instante quemaba sus entrañas, de deglutir todo ese alimento que me ocasionaría una infección, pero que finalmente se evacuaría en una inmensa cloaca de desventuras y pasiones obtusas pues el organismo y la mente poseen no tan eficaces mecanismos instintivos de defensa. En esa situación me sentí muy plácido, mas mi corazón me reiteraba que tanto ella y yo éramos seres humanos, susceptibles al temor, la desdicha y la confusión, lo cual nos había secuestrado sin saber el por qué de la ocurrencia de tan desdichados sucesos.

Pena? Sí. Pena. La sentía tanto por ella como por mí, lo cual era patético e insoportable, lamentablemente no pude recurrir su ser. La inmensa molicie capitalina estaba copada por el oportunismo, la miseria espiritual y el mercenarismo marketero que abundaba por doquier, en el cual ella peregrinaba los fines de semana en un ritual condicionante en el que el grueso de su círculo familiar y social era fiel devoto, de la nueva era, del efímero progreso que nos vendieron en esta mierda de país. Ello no era óbice pues tenia abastos testiculares para manifestarle qué tan brutal y primitiva fue mi vida en los últimos tiempos, quise decirle muchas cosas más, pero eso implicaba manipular sus sentimientos en base a la lástima y no por ello tendría que validar sus exigüas concreciones, cosa a la que muchos de sus congéneres más allegados y principales compañeros estaban habituados, quise decirle que no le encontraba un real y favorable sentido a las cosas que hacía, quise decirle que las noches parecían interminables y que sentía cómo la oscuridad me envolvía para siempre con un manto poco sagrado, quise decirle que no podía masticar los estudios que se me asignaban porque andaba dopado hasta la médula por no poder conciliar el sueño, quise decirle que me embriagaba y metía en el cuerpo gran cantidad de drogas para creerme Superman mientras durará la fantasía de sobrevivir o poder soñar aunque sea por unas horas, hasta que la noche del día asomará a mi legañosa mirada, quise decirle que el cigarro me quemaba los dedos y rodeaba mis manos con su grisáceo humo que se apagaba como mi vida, quise decirle, después de todo, que su fotografía adornaría mi billetera hasta descolorarse, mas no en mi sanguinaria memoria, quise decirle que maldecía aquellas situaciones que hicieron me espectore de su vida como el tísico arroja el flema rojizo que intenta aferrase inútilmente a su miserable garganta. Al margen de las contradicciones, quise decirle que mi corazón se había endurecido y madurado, pues no me había abandonado y al fin quise decirle que aún no podía respirar plenamente ante su ausencia, que estaba enfermo de amor ....quise decirle, tánto y tánto, que al final decidí no decirle ni mierda. Por respeto, lealtad, consideración y por no alimentar un cuerpo casi muerto y renunciar para siempre a aquello que me mantuvo vivo por tanto tiempo en medio de los pantanos fríos y sanguinolentos que succionaban mis adentros hasta parecer una sombra que jugueteaba con las aves huyendo del otoño en busca de mejor estación.

Me generó entonces escalofrió la gélida actitud. Sí, esa predisposición al orgullo, tan cruenta y de la cual muchos hacen gala, tratando de plantear una razón ya sin razón, intentando favorablemente cambiar las pobres cogniciones de las débiles mentes de ignorantes, tanto en el hogar, el negocio, la política, el sentimiento, la ciudad. Somos pobres e ingenuos, deseosos que un superhombre mesiánico, sediento psicopáticamente de una aceptación por parte de “otro” nos salve el pellejo.
No puedo confiar, no creo en la magia, no creo en la realidad, no, ni siquiera en mi familia, no creo en los “líderes”, no creo en las palabras de aquellos que dicen, como en tiempos bíblicos tener la sabiduría y el poder sobre los diversos espectros del existir... sólo creo en mí.... sólo en mí... mi sueño terminó; miro las ruedas una y otra vez, a pesar que la gente dice que estoy loco, pero ahora soy un ser que no tiene motivación alguna y menos de las provenientes de las falsas delicias de la actual humanidad, me he convertido en un hacedor de llaves y espero pronto crear una que abra otras, pero no aquellas en donde el hombre quiere estar sobre sí mismo, donde el padre y el hijo se matan carcomiéndose entre sí, en donde Dios sólo es asunto de hipócritas domingos, sabbath o servicios de todo color. No hay casa, no hay mesa, no hay ya aquel árbol milenario que abrazaba luego de mis bohemias en la universidad. Empecé a creer que como muchos orates y vagabundos el mundo estaba tan mal como mi existir.

Poco después y con una vaga tentativa de volver a comunicarse conmigo, me percaté que aquella llamada fue producto de una situación difícil por la que ella atravesaba, un atisbo de salvación, un momento de debilidad e inseguridad en donde una vez más pretendía usarme como consolador veraniego. No me imaginaba más, sabía que sólo era un grito de auxilio, nisiquiera era un borrador de apelación racional y afectiva. Era así; nuevamente jugueteó quizás sin querer con mis emociones, porque del papel de marioneta cariñosa ya estaba cansado y por tanto no obtuvo resultado alguno, pues lo que tenía que decir me lo expresó en innumerables mensajes ufanándose de manera incansable y con exquisita destreza en el oficio de hacerme sentir como una porquería. Fue así que decidí prontamente dejar las cosas tal como estaban, no me maltrataría más, ni siquiera le hubiese permitido dejar que me llame, no pensaría más en ella; y en efecto es así, no la olvido, jamás lo conseguiría, pero no podría darme el lujo de extrañarla.

Por alguna inexplicable razón encontré, al año siguiente, durante el invierno más agudo de toda la historia, en medio de tanta pestilencia, personas que luego de muchas lunas me hicieron sonreír con frivolidad y bizarra sandez; es por ello que aunque no se los haya dicho siempre pienso en ellos, esperando que un día, en medio de sus infinitos y brutales problemas, lleguen a ser felices, teniendo el gozo de afirmar por sobre todo que eran y siempre serán buenas personas, aún más que muchos, que sólo por afición o por un simple dolo o por un secundario y malintencionado designio colindan con el vacío infinito sin saber a donde ir.

Fui feliz, claro que sí y a la vez por siempre y desde siempre triste, ya que pude saborear en ella el amor en sus diversas presentaciones, y si no lo saben a pesar de estar rodeado de tánta gente y de muy pocos amigos, cultivo de un modo clandestino y silente la soledad que tánto extraño en estos momentos, como al tener trece años y era mi entrañable amiga, mi única arma contra las banales amenazas de un ambiente infestado de imbéciles celebrantes de viernes, catorces de febreros y gente provista de intimidaciones sociales que hasta hoy combato con frontalidad y decencia, en trabajos, plazas, calles y claro está, en bohemios bares. Así era, solo, con los sonetos de la biblioteca de mi escuela hasta casi anochecer, que me ayudaron a decir que en asuntos del Eros no era quién para restregarle pecados voluntarios e involuntarios a terceros.

Lo que prosiguió ya lo saben, y no quiero volver a hacer mención de ello porque de evocarlo las lágrimas que escasean en mí generan deshidrataciones que hunden más y más a mi alma y porque lo poco que queda de mí, se está revitalizando, recordando las largas horas que ví el sol fenecer en el mar o en el horizonte mientras ella sonreía sin presentir que luego fuese quien con sus maldicientes palabras y actitudes clavara un infecto puñal en mi piel, para tratar luego de coexistir con esa mortal manera en un enorme lago de suspicacias.

La vi llorar, por primera vez y espero no verla vertir jamás aquel rocío salado; es una sensación describiendo qué tan fría y anacrónica puede ser la dolosa intención de un ser humano contra otro.


Años que se fueron

Extraño el olor del cigarro incandescente, que arruga mi paladar sediento de aliento y tesón, me enloquece la ternura y la inocencia de las miradas rebeldes y candorosas a la vez, luces caleidoscópicas, fuegos artificiales que iluminan los cielos cuya negrura ha sido robada por el gris avatar de la contaminante industria, sintiendo un vértigo que suscribe mis añoranzas de antaño. Así se fue ese año que arrastraba y cargaba otros años de falsa adhesión, oyendo un ritmo marketeado por el consumismo de las paupérrimas mentes alienadas de los jóvenes como yo.

Con infaltables cigarros y cerveza a la mano el cielo poco a poco se aclaraba dejando al descubierto el alba de un nuevo año y fue así como, con algo de apetito, viajamos por unos minutos a un viejo balneario conocido y en grupo vimos sin querer el reventar de las olas que tantos recuerdos hacían estallar en mí, reapareció en la ebriedad la imagen de mi padre quien nos jodió tánto, pero que en aquellos tiempos remembrados era un ser
casi perfecto, aparecimos los cuatro en mi mente aún sórdida por el alcohol y los resentimientos, mi padre feliz con sus dos críos varones, el más pequeño en sus rodillas y yo al lado inquiriéndole porqué las olas no se cansaban de golpear la superficie de la arena una y otra vez, como presintiéndo mi indeseado destino, sentía la brisa en ese momento acariciando mi barba y piel, era la misma brisa, ví la cometa que un niño manipulaba alegre en el cielo como si fuere su gaviota, era la misma que mostraba a mi pequeño hermano en los atardeceres de mi balneario mientras me miraba encandilado como si fuere su héroe. Me asaltó esa tarde, la gran cruz verde a unos metros, ese hermoso mar y el inmenso muelle, los pequeños barcos trayendo el alimento que mi amada madre prepararía pacientemente y que luego sus hombres devorarían raudamente, éramos cuatro, pero todo eso ya estaba más que jodido.


Me aquejaban las canciones de “gatos voladores”. Sí, esas que me reventaban en el oído toda la fiesta compeliéndome en las postrimerías a regurgitar la amarga cerveza que había ingerido con tanto gusto a fuerza de mi sueldo una y otra vez . Mientras la mal llamada música hacia ruido en el lugar, como el viejo y el mar a punto de enterrarse y celebrante de su funeral antes de tiempo, en mi mente empecé a cantar un tango poco conocido grabado en una vieja cinta que perdí y versaba de esta manera:

...Sos el último cigarro que ha quedado en el paquete
Y que pienso con dulzura lentamente consumir
Y en la nube en que se pierda tu azulado barrilete
Ataré mis ilusiones que también se pueden ir

Sos el último consuelo que esta noche me ha quedado
En la noche más amarga que en la vida conocí
Silencioso compañero
Que en mis dedos apretados
Llevarás en mi agonía
Cien recuerdos para mí...

Esos versos se lo dedico a mi querido cigarrillo y a mi fiel corazón que siempre me acompañan en donde vaya a pesar que deseo fallecer, aún así Vallejo me resondra diciendo : " ... llegaron diez, cien, mil, millones, todas las personas del mundo y le clamaron al soldado, por favor no mueras, te amamos tanto y el soldado echóse a andar". Ya no lo recuerdo tanto....estoy olvidando

Y en fin, deben existir escenas más desagradables. En este mundo estamos creciendo, un mundo en donde ni el amor, ni la verdad, ni la perseverancia podrán hacer que nuestras frágiles mentes desatiendan a los fuertes llamados del pasado, no podemos ser indiferentes ante tan poderosa persuasión, sólo nos queda vivir en una nebulosa realidad, dándonos cuenta a la vez que las aves como yo y tantas otras que se extinguen en el descomunal espacio de la soledad, también lloran y un día, quizá amanezca un sol radiante que invoque a la luna y ésta a él.



"Sólo el que ha experimentado el colmo del infortunio puede sentir la felicidad suprema: Es preciso haber querido morir, amigo mío , para saber cuán buena y hermosa es la vida Toda la sabiduría humana estará resumida en dos palabras: ¡Confiar y esperar!"




Alejandro Dumas - El Conde de Montecristo