miércoles, 22 de julio de 2009

ABSTRACCIONES A LA LEJANÍA






DEDICATORIA:
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Estaba tendido sobre el pasto del inmenso parque “Ramón Castilla” de Lince, miraba el cielo claro y las nubes un tanto cargadas de triste llovizna que acechaban, creyó proyectar su pasado en aquel paisaje, recordando que sólo una vez había amado, que sólo una vez entregó su espíritu joven para ser compensado con el engaño y la frialdad de una chica como tantas y tantos de la generación de los video juegos y los pubs, aquellos muchachos que imaginan un amor plástico, cuya solución a todos sus problemas está en un jebe aceitoso llamado condón.
Anselmo recordó el horrible año del 95’ en el que vivió solo en el departamento que su familia tenía en Lima, fue el año en que Lucía lo defraudó. Se veía boca abajo, desnudo en cuerpo y alma, llorando en su cama como un niño, gritando vanamente a las paredes ¡Porqué! Diciéndose ¡Tú tienes la culpa por ser tan iluso y soñador, eres un imbécil!...Recordó la vez en que totalmente ebrio decidió comprar cocaína para evadir su frustración sin resultados positivos como el de no poder dormir casi dos días seguidos y ser preso de una culpa desmesurada, acompañado de una resaca a prueba de toda infusión folklórica...


Toda esa pesadilla al parecer había pasado. Su estoicismo vital y su rechazo a la torpe debilidad de quienes gozaban con sustancias volátiles incidieron para que no sea un adicto irreparable, a pesar que en su Chiclayo natal, antes de Navidad, ese mismo año viera pasar a Lucía hallando la dispensa perfecta para ir a embriagarse. Por el azar no tan fatal de la vida se cruzó en su búsqueda con Iván Arrizaga, un tremendo vicioso, terminando el día en una juerga adictiva contra toda regla de juego. La culpa trepidante lo acosaba y posteriormente prometió frente a un altar jamás inhalar ese polvo blanco y cristalino que lo ponía tan duro y estático como riel ferroviario. Fue así como, por el resto de sus días, sólo consumió industriales cantidades de cerveza.

El año 96’ pasó inadvertido y fue tan monótono como la tranca que se mandó al recibirlo el primero de enero. De no haber sido por la llegada de su gran amigo Jorge Oliva, que estudiaba en Alemania, tal año hubiese sido estéril; compartieron dos meses en donde replantearon sus vidas para un porvenir que les prometiera algo.

II

Se celebraba el cumpleaños de otro gran amigo: Julio Diamonte. Anselmo se encontraba en Chiclayo; ese día conoció a una chica de la que no sabía ni su nombre; exactamente hizo memoria y recordó que hace un año la había visto en el mismo lugar, en la misma silla , charlando con una amiga. Para esa ocasión sólo le llamó la atención su delicadeza y su tierna expresión. En aquella época la “Filosofía” de Anselmo sobre las mujeres se encontraba llena de prejuicios - Todas son igual de tramposas, sólo mi madre se salva ¡Ah! claro y la tuya Jorgito! Disculpa – decía irónicamente con una sonrisa que nadie adivinaba y ocultaba a una persona: Lucía. Ella representaba para Anselmo el universo de las féminas, porque en los días posteriores a su separación se podía decir así mismo que aún le ataba un desarraigo y algo de ira hacia la única mujer que conoció amorosamente. Y vaya que fue la única. Sólo habría que verlo por los días en que cayó deprimido: Anselmo deambula cuán gitano sin mundo luego de abandonar a sus amigos de la facultad en el célebre bar san isidrino denominado “Superba”.
De pronto Pedro Infante martillea su mente y le dice: “Me duele, hasta la vida. Saber, que me olvidaste. Pensar, que ni desprecio. Merezca yo de ti” sigue marcando sus pasos llegando al Parque Castilla cuando Perales lo jode recordándole, a sabiendas que la canción está dedicada a una hija enamorada: “Arréglate mujer que se hace tarde. Y llévate el paraguas por si llueve. El estará esperando para amarte. Y yo estaré celoso de perderte... Pregúntale porqué ha robado un trozo de mi vida. Es un ladrón. Que me ha robado todo...”.
Prosigue su derrotero y el viento secuestra sus pesadas lágrimas, sintiendo como de a pocos el sufrimiento se propaga, pero acorta su embriaguez, sus ganas de amar a la vida, siente cómo la soledad encoge sus sueños y no desea llegar a casa porque en aquella habitación de marras le espera la oscuridad, la negrura al este y oeste, mirando al cielo o al infierno , donde no se vislumbra paz, dónde sólo le persigue la soledad del paseo infinito y las lágrimas remembrando lo que una vez escribió Neruda: “Porque en noches como esta la tuve entre mis brazos. Mi alma no se contenta con haberla perdido” y recordará a Lucía odiándose compulsivamente por ello. Encenderá - al llegar- la radio oyendo un bolero fatal “Dicen que la distancia es el olvido, pero yo no concibo esa razón” o una balada de Julio Iglesias “¡Hey! No creas que te guardo algún rencor, es siempre más feliz quien más amo y ese siempre fui yo...”
Y llegará, no conciliará el sueño, volverá a salir comprando más cerveza, bebiéndosela solo hasta dormirse de puro borracho, soñando que la tiene entre sus brazos; pero al despertar maldecirá el día y el canto de esa paloma jodida, que más parece un verdugo y cuya letanía lo aturde de tristeza , volviendo a llorar, a sentir un gran dolor que lo hiere y mata de a pocos. Se preguntará ¿Porqué? Sin oir respuesta, ni siquiera de esa puta paloma. Ella simplemente está lejos, pensará yo aquí hecho un cojonudo y ella feliz de la vida paseando, con ese o aquel o como chucha se llame, por las mismas calles en las que caminó a su lado de la mano escuchando las mismas canciones, profanando la sacritud que tenía para él. Mirándose al espejo interrogará a su yo ¿Qué me pasa? Comprará más cocaína y se la meterá jalada tras jalada hasta sangrarle la nariz y no olvidará, queriendo morir, porque sus actos y palabras no sirvieron aunque vinieran del fondo de su alma, porque sus besos fueron condenados al engaño, porque su infinito y maldito amor era de otro mundo, de otra era y no bastó ...Luego ir a la universidad a fingir gala, exhibiendo una careta para luego comentar el maleteo traicionero “pobre cojudo, chao mostra de mierda, chao cholo reconchadetumadre, ésa me la chupó”...Ir y venir, regresando a la casa fantasmal y anodina. Otra vez se sentará frente a la ventana oyendo a Chopin, esperando una carta excusando su traición. Mas nada, quedando con la incertidumbre que es peor que la verdad reparadora. Irá o vendrá entre la humedad limeña y su pervertida neblina que se mezclará con sus lágrimas tristes, ignotas y mudas, llenas de impotencia atenuada con nostalgia, alcohol, droga, y melodías, cargadas de algo más que amor.
Anselmo vivió años así y aún le quedaban cicatrices, siempre estarían ahí pues no habría cirugía que las borre, pero sentía que era su hora y debía hacer planes. La vida pasaba como un tranvía sin detenerse, proseguía atenuada por la liberación de odios o culpas, habría que mirar el camino de otro modo pues aquello fue hace tánto y surgía el renacer. Un nuevo aroma se deslizaba sobre su corazón sin que lo presintiese, era su hora y pensó que su luto sobrepasó el límite por algo que no valía la pena.

III

Julio Diamonte y Jorge Oliva compartieron carpetas escolares en un colegio burgués de Chiclayo proletarizado en los 90 por la crisis económica; cómplices de cuanta pendejada se consumó en los salones de clase y pasillos, estos galifardos sellaron para siempre su amistad tirándose una bofetada salvaje como acto protocolar mismos mosqueteros luego de beber con salvajismo tres rones "Pomalca", o sea lo suficiente para incendiar un supermercado
. Cierta vez se estrellaron en el auto del padre de Anselmo contra un poste, fue el fin de sus salidas con chicas a las que cariñosamente llamaban “rucas”, brebaje femenino en cuyo contenido habitaba una puta barata, una adolescente conociendo el mundo o una cabeza hueca que por pasear en auto podía ser plácidamente penetrada en cualquier lugar estando ya ebria, alucinándo ser acosada por galanes hollywoodenses o rockers consagrados. Ahora tendrían que conformarse con seducirlas a pie, lo cual complicaba el asunto, debían gastar más; el auto era un aliado imprescindible pues en el Perú la nafta seducía más a las precarias mujeres que el hedor de un perfume francés no registrado en su olfato provinciano.
- ¿Porqué serán gasolineras las peruanas? Algún día iré a Europa, Francia, Holanda, no lo sé, allí si que las gringas se avientan encima de ti aunque camines en sandalias como en las películas, por el hecho de vacilarse y joder un rato, no sé porqué aquí se hacen las estrechas y difíciles cuando a la hora de tirar son tan o más arrechas que las gringas – dijo Jorge, para que luego Anselmo replicara - hablas como si te hubieses comido a una rubia de esas, cuando ni siquiera te haz arrimado a la desmuelada de tu empleada, de tu paisana huevón, cutervino de mierda, qué crees que no nos acordamos cuando recién bajaste y llegaste al colegio cantando esos carnavalitos cajamarquinos y bailabas en las fiestas vestido con tu traje típico todo indígena o qué, ni siquiera podías limpiarte el culo porque buscabas pancas de maíz como si fuesen papel higiénico. Mientras rompían en carcajadas cada uno recordaba a sus hembritas: ¡Salud por mi Tatiana! -propuso julio- ¡Por Lucía! – añadía Anselmo. Y antes que Jorge elevara su vaso los dos primeros al unísono lo adelantaron diciendo  ¡Y por la desmuelada!
Así transcurrió la vida y ratos libres de estos amigos de infancia. Habían pasado siete años desde su fiesta de promoción y se podía decir que a los tres le iba bien, sobrevivían, supervivían.  Anselmo terminaba la carrera de Derecho en una universidad limeña. Jorge estudiaba el último ciclo de Ingeniería Industrial en Munich anhelando fundar una fábrica de cerveza en las afueras de Chiclayo; Julio estaba a punto de abrir un negocio de panadería y extrañaba su vida de soltero. Sueños sólo sueños y más sueños...
Pero Anselmo; el pobre quería defender a los más desposeídos, entonces fue cuando Jorge le inyectó una dosis de desahuevina y lo globalizó -Oye compadre el mundo ha cambiado, ya no estamos para pensar en ideales solidarios, si quieres billete marketea, vende imagen, desahuévate cholo, sino terminarás en una casucha a medio terminar, de que coño te sirve abogar por estos indios ignorantes, si lo único que saben es llenarse de hijos y pedir comida y plata al gobierno en vez de trabajo; además el peruano a parte de ser bruto y maricón tiene mala memoria que es lo peor, nunca se acordarán de ti y terminarás cagado como el pobre Vallejo-
Eral leal, dotado de una sinceridad frontal y discreta con sus amistades, así como hábil para la discusión. Sin embargo, no era tan inocentón como pensaban. En su facultad nadie imaginó su clandestina destreza para la política, en varias oportunidades filtró manifiestos apócrifos que hacían tambalear a las autoridades universitarias. Su aspecto flemático mimetizaba al hombre orquesta, jamás aceptó un cargo, pues según él aquello era aparente para los que buscaban figuración – Cualquier problema yo no me quemo viejo- dijo alguna vez a un compañero de clase. Era un político, no un ridículo incendiario vociferante y peliculero. También estaba lleno de libros y algunas contradicciones, de pequeño devoró cuentos, en la adolescencia novelas, admiraba las virtudes de Jean Valjean y Edmond Dantes, personajes del Romanticismo Francés, gustaba del Rock Clásico y toda clase de música que le despertara interés. Fue él quien volvió fanático a Jorge Oliva cuando le hizo escuchar “Europa” del gran Carlos Santana – Ya verás “Mito” conquistaré Europa contra la corriente. Julio Diamonte, a su vez, se había convertido en un neoliberal elevado a la máxima potencia. Elogiaba el autoritarismo del gobierno de turno, sostenía que en el Perú faltaba “mano dura”. –La Historia ha demostrado el por qué de la debacle en las cooperativas del norte y de todo el Perú. Cómo no iban a quebrar si el “chino” Velasco se las dio a puro cholo de porquería. Mi vieja me contó que los Pardo, que eran colorados, tenían a la hacienda Tumán mejor cuidada que los jardines de Versalles; falta mano dura hermano, un dictador, alguien que haga reaccionar a estos indios de mierda feos, raquíticos y chicheros hasta las huevas, ociosos, nacidos sólo para obedecer a la gente blanca, a los terratenientes, a la gente burguesa como nosotros. Así y sólo así en el año dos mil cinco nuestra patria llegará a ser como Japón o Corea del Sur , por eso yo me quedo con mi “chino” emperador hasta la muerte.
Mientras Anselmo lo oía pensaba –..dentro de toda la mazamorra que dice en algo tiene razón. Y todo por culpa del "Caballo Loco”. Gracias a él y a sus antecesores las cosas estaban así. Pensar que, para que la cague olímpicamente, su partido, el partido del pueblo, derramó por años sangre y pólvora, sufriendo persecusión, catapultando el sueño de su líder, reduciéndolo a integrar la interminable lista de gobiernos peruanos de ingrata recordación. Todo el ideal por las puras alverjas; gracias a él un “ponja” acriollado se llevó de encuentro al españolizado y pituquiento escritor characato don Mario Vargas Llosa, muy bueno con la pluma, pero demasiado pulcro y refinado para la política chavetera que existía en el Perú.
Y vaya que le dio duro. Los millones invertidos en la pomposa campaña electoral del escritor, no sirvieron de nada para detener al tractor y a su híbrido conductor, que demostró ser más sapo y escurridizo que el más vivo del rico “Llauca” o el más pericote de “Sullorqui” y “la Vicky” juntos. Porque si que se las trajo: Cerró el Congreso, botando a todos sus zánganos y reemplazarlos por más y nuevos zánganos, pero tan fieles y sumisos al kimono como los parroquianos del “Superba” al Tacu Tacu. Y quien sabe qué más se llevaría luego de encuentro, como para jamás olvidarlo y hacerle un monumento, o ponerle su nombre a la Vía Expresa o, mejor aún, declararlo protector vitalicio del Perú con la venia del inmaculado Estado del Vaticano.
Anselmo era diametralmente opuesto, no se convencía de aquel discurso falaz, para él y muchos esto venía desde mucho años y siglos atrás. –Una cosa es que opines desde tu circulo, en función a tu espacio y otra desde el fondo de la realidad. Date una vuelta por Lima , o acá en las afueras de Chiclayo. Tú no haz visto la miseria material y moral que se refleja en los rostros de los habitantes marginales de la capital- Reprochaba a Julio – Deja de joder ¿Acáso no sabes que existen familias que viven, si es que aquello es vivir, con apenas un dólar diario? No pues egoísta comemierda, cómo lo vas a saber, si chupas cada vez que tu esposa se sienta para darle de lactar a su hijo, lees periódicos de cincuenta céntimos que lo único que hacen es llenarte el cerebro de porquería y para terminar de cagarte esa cabezota te echas a ver en televisión noticiarios y programas basura que te vuelven tan idiota e ignorante como el resto de peruanos que están más ciegos que Feliciano por el puto hambre que tienen.
Sentía que el arribismo lo asfixiaba, no sabía si era de arriba o era de abajo. La verdad no le interesaba y sí le interesaba.
A diario palpaba cómo los limeños (o los provincianos alimeñados) se peleaban como carroñeros para entrar a espacios que les dieran estatus, sin saber que lo buscado estaba acaparado por los verdaderos dueños del país, inversionistas nacionales o extranjeros, políticos que eran de lo peor, podridos con dinero ajeno como la basura que se respiraba a diario en aquella ciudad sórdida, provinciana a fuerza de migraciones, llena de maleantes, pobres, truhanes, rufianes y proxenetas, borrachos y botellas, discotecas de buena y mala muerte o para blanquitos y para el resto -que viene a ser lo mismo- ciudad de transexuales, pastrulos, marihuaneros y pichicateros, ciudad de mujeres hermosas y feas, de gorditas y anoréxicas, de hombres robotizados con las piezas desgastadas, que sólo están contentos los tres días que gozan de su cheque, que no conoce su plaza de armas porque dicen que hay puro indio orinándose por ahí, ciudad de pirañitas que inhalan terokal en la ribera del río Rímac, de otros pirañitas con buena casa, comida y familia que jalan su coquita de vez en cuando en algún quinceañero o discotequita miraflorina, ciudad de buitres tras su presa sobrante. Aquella fauna era Lima: La simbiosis irracional, el marasmo sobrexcitado, la paranoia del provinciano intruso, el edificio abierto para el poderoso y también para el débil -cuando había vacante para guachimán- la injusticia de regalo para el indigente y la Justicia con precio pagable en billetes verdes. No existía término medio y en suma, los de abajo, eran algo así como lúgubres almas en pena, buscando vanamente alguna clase de sosiego, sin saber o presentir que estaban en el infierno mismo.

A pesar de esta catarsis Anselmo amaba a su país y quería hondamente a su amigo, eran uña y mugre. Sus discusiones culminaban con abrazos, besos y disculpas recíprocas cuando se excedían. Ambos gustaban de la bohemia; Jorge Oliva equilibraba la balanza a pesar que estaba lejos. Valeria, esposa de Julio, conocía a estos amigos de infancia y si estaba casada con aquel enajenado fue gracias a Anselmo, por él conoció a su marido, haciéndolo sentar cabeza tempranamente. Esos amigos luchaban por llegar ¿A dónde? Aún no lo sabían, sobretodo Anselmo que era un alma en pena.



IV



La fiesta continuaba. Anselmo bailó en pocas ocasiones, dado que lo agobiaban los acordes de unos grupos cuyos integrantes eran de aspecto andino, selvático, negro, en suma mestizo, algunos con el cabello pintado de rubio y lentes de contacto que cantaban un ritmo musical nada complejo al que denominaban “tecnocumbia”. Conversaba con los allegados y amigos afines, pero extrañaba las charlas con Jorge que era tan emprendedor como él. Sentía que la rutina del ir y venir del vaso lo atosigaba. Sin embargo, todo era controlable, había dejado hace tiempo de pegársela con cocaína, al parecer no la asimiló, pero el gusano estaba ya en su cabeza y a veces mordía o picaba.
De pronto, en un instante algo sucedió. La chica de frágil expresión que había reconocido luego de un año conversaba casi frente a él y de manera delicada comenzó a imantar su mirada. Así, lentamente y de vez en cuando la observaba acuciosamente: Un no se qué rondaba su mente, mas no le daba importancia – Es sólo una chica bonita- pensaba. El reloj marcaba las diez de la noche, se sentía un tanto extenuado por un partido de fulbito jugado por la tarde, pero a la vez aumentaba su curiosidad por la chica mientras fingía atención al diálogo atolondrado de Julio. Hastiado de tan agresivo ritmo, pobre en matices, ultrahuachafo, pero auténtico, hizo sonar una vieja salsa llamada “La entrega”. Se acercó a ella, el momento adecuado, la canción precisa. Apretó lentamente su cintura acercando el rostro a su mejilla casi al compás cadencioso de la música. A veces por instantes la miraba profunda y descaradamente, notando el rubor en su piel.
Carecía de estrategia, nunca la elaboraba, era un tsunami de impulsos intensos e inesperados. Tuvo antes encuentros eventuales y rutinarios, además se habían borrado de su memoria la fragancia de los perfumes en fiestas caseras. Mientras bailaba lo único que se le ocurrió fue cantar, lo hizo muy mal; su voz no era para dársela de trovador improvisado. De esta forma la chica, con una sonrisa en los labios, sugirió muy sutilmente pare de cantar. Anselmo, lejos de cohibirse dejó escapar una sonrisa y derretido el hielo la pareja trataba de conversar: Linda canción ¿No? ¿Cómo te llamas? ¿Vives por acá? ¿Y tú qué tal? ...Hasta que la pieza llegó a su fin. Anselmo volvió a su lugar no sin antes agradecer por el baile a la chica.
Su nombre era Camila. Una muchacha definitiva, de mirar soñador y con una blanca palidez que sedujo a Anselmo. Bailó con ella y la vió bailar. Ella era como una nube danzante sobre el cielo y era la ensoñación febril que inconscientemente buscaba: Un copo de nieve adornando la nocturnidad, no le hacía recordar a ninguna otra . Era original, espontánea, coquetísima. Para Anselmo, acostumbrado en los últimos años a tratar con universitarios incendiarios y mujeres feminazis, esto le resultaba riquísimo, pero a la vez complicado porque el egoísmo había calado hondamente en su ser, sobretodo la duda. A pesar de todo se dijo “porqué no”. Porqué no dejar vislumbrar a ese muchacho romántico, idealista y capaz de conmoverse al oír una dulce sonata para piano. Porqué no volver a ser el que ayer prodigó su corazón con la sola condición de ser amado, porqué no arriesgarse. No era ningún cobarde, sólo pensaba que si algo salía mal está vez ya no lo soportaría.



V

La cerveza y los tragos iban y venían, Julio brindaba a vaso lleno y a cada instante lo hacía con Anselmo desenfrenadamente, no era para menos, cumplía veintitrés años, tenía un hijo y esposa, era feliz a su modo y a pesar que tenía una sesgada visión de la vida, era paradójicamente envidiado por Anselmo. Una vez desinhibido, se acercó a Camila, notando en ella el encanto y la belleza, era menor por un año. Estaba atraído por la seguridad de su desenvolvimiento, fusionado con un semblante reservado y atrayente, una mixtura que lo acercaba más a ella. Acompañaba a Camila creándose entre ellos un nexo de afinidad inconclusa; miraba sus ojos, su rostro claro y la totalidad de su figura juvenil. Arrojó el silencio y la reserva de estar solo interna y externamente; súbitamente perdió el control y se mandó, susurrando un galanteo a su oido: “Eres hermosa como la luna y su reflejo sobre el mar azul de la noche”. Ella se sonrojó, sobre todo por la espontaneidad y sorpresa del acto; a menudo había oído piropos vertidos por chicos armados de valor cuando ya casi no podían bailar, con los ojos desviados gracias a las bondades del trago. Eres un adulador, un loco, fue lo que atinó a decir.
-Por ti dejaría mis estudios flaca ,yo me quedo, que Lima se vaya al tacho, mañana mismo te invito a almorzar un cebichito riquísimo, pero no tanto como tú-.
¿Era una incoherencia? ¿Un atisbo de esquizofrenia temprana? ¡Por supuesto! Sólo le restaba un año en su carrera, sería una aventura de riesgo ilimitado . Precisamente él, que se convirtió en un monumento a la duda. No comprendía nada, en su mente se desencadenaba una borrasca insondable, pasional y desmedida; de un extremo saltó radicalmente al otro. Sin embargo lo pensó, se lo decía asimismo y se lo trasladaba a Camila. Ella sonreía siguiendo el improvisado libreto. Sin pensarlo ambos habían cruzado el umbral de su cortísima y vana amistad, sus ojos denotaban un estado distinto al de disfrutar una simple conversación. Camila jamás imaginó que en aquellos ojos profundos y en esa sonrisa juguetona existía un corazón con unas ganas intensas de amar y latir para desterrar a la soledad. Habitaba en cautiverio secreto, un alma hambrienta de sosiego sentimental y el puro deseo de recibir un abrazo femenino. La fiesta llegó a su fin y fatalmente Anselmo olvidó el número telefónico de Camila. No pudo verla hasta la semana siguiente.
Amaneció, llegó el Domingo. Luego de mitigar con un chilcano la insoportable resaca Anselmo fue con su padre a una reunión de abogados; intentaba aprovechar al tope sus cortas vacaciones porque pronto Lima lo esperaba: nuevamente el parque y los paseos solitarios.
Los días que sobrevinieron estuvo sedentario sin percatarse de ello. En casa meditó sobre su vida y presente, dejando todo al azar y recordando sin razón alguna el pasado. Recordó aquel maldito año, los meses posteriores, abril, mayo y junio en los que el sol de su sentir fue congelado. Asumió estar cansado de besar a otras mientras su alma navegaba en un inmenso mar de soledad, sintiéndose vacío y jodidísimo, al darse antes, durante y después, sin la sinceridad o plenitud con la que alguna eventual compañera se entregaba. Sus oídos se cerraban si alguna le decía “te quiero” aunque fuera verdad, pues ansiaba sentir el mismo balbuceo de aquella voz que no se dejaba escuchar y que recordaba apenas tanto en la vigilia como en el sueño. Tal vez aún amaba a su único y frustrado amor, pues sólo era de él, tal vez quería aborrecerla: Pero estaba lejos ¡Tan lejos! Y era un martirio pasional. Él podía tomar un bus por el solo hecho de verla aunque fuera únicamente para llorar luego. Aún así ella estaría lejos. Ella más que él. Y él con su corazón despedazado más cerca de ella, pero tras el muro frío que Lucía construyó quién sabe porqué, desterrando a Anselmo hacia el orco abismo en el que aún se hallaba. Ella tan lejana, ausente a su sufrimiento, siempre lejos. Y él tan cerca, aferrado al recuerdo nostálgico que lo llevaba al ocaso. La lejanía perseguía su mundo y lo vivido a lo mejor fue pura abstracción, pues era un peatón transitando en el laberinto errático de los amores distantes, platónicos e imposibles. Y Anselmo que decía ser fuerte veía como la fragilidad invadía la totalidad de su ser, debilitándose como una hoja a punto de fallecer en el otoño, que se desvanece trasmutándose en polvo con el paso raudo del tiempo, el tiempo que pasaba y se le acababa, su tiempo perdido, su amor perdido en la distancia, en la ensoñación...Pese a estos temores fantasmales quería dar el amor negado que aún atesoraba, de una manera real, dispuesto a jugarse el corazón nuevamente.
Viernes: Vio a Camila y se alegró por ello, no con la intensidad de dos amantes ocultos, sino con un alivio esperado. Sintió que la había extrañado. Concertaron una cita para el sábado, acudieron a una discoteca (odiaba la bulla de esos lugares, detestaba rodearse de gente desconocida aparentando gozo y felicidad) tuvo que ambientarse y simular conformidad. Ya instalados, transcurrido un tiempo, bajo la mesa, tomó su mano; no quería precipitarse al vacío, ella menos, Anselmo viajaría el domingo y todo sería una mofa del destino, una irónica escena del amor imposible, del amor lejano y la ilusión extraviada. Estaba encandilado y absorto, se esforzaba por decir la palabra correcta, la broma precisa, la mirada inusitada, suave, cariñosa, enamorada. Esa madrugada no concilió el sueño. Al día siguiente compró sin dudar un boleto de viaje para el día lunes a ultima hora, once de la noche, destino: la ciudad del caos. Camila llamó por teléfono a Anselmo y ese detalle le otorgó seguridad, puesto que ella misma indagó por el numero en casa de Julio Diamonte; quedaron en verse a las nueve de la noche, esperó mientras fumaba cigarrillo tras cigarrillo, mirando en la danza del humo a su destino aleatorio como si le robaran la agenda de su vida desapareciendo en la blancura de la luna.

VI

“El paseo de las Musas” es un amplio rincón de Chiclayo donde la gente camina bajo un clima apacible, acompañado de esculturas que representan diosas griegas, lo cual hace de este sitio el lugar aparente para el romance urbano. Anselmo, criticón conspicuo y cruel, calificó siempre de burda y torpe a la construcción, puesto que no concebía que en tierra del “Señor de Sipán” se rindiese homenaje a las diosas helénicas. Por lo demás, los turistas europeos se orinarían de risa al contemplar aquella imitación del arte griego tildándonos de alienados. Toda esa arquitectura contrasta ambiguamente si observamos, al final del Paseo, un pequeño parque de diversiones en donde resalta el Castillo de Disney, el ratón Mickey y el Pato Donald, inmensos ellos, dando la bienvenida a los niños. Es decir, aquí la Grecia clásica y acá bien juntitos los ídolos de la diversión norteamericana ¡Qué tal sincretismo! ¡Qué buena raza la chiclayana! Claro, ahora la llamada “Ciudad de la Amistad” sería el centro de atención del mundo para admirar la cultura antigua y contemporánea simultáneamente. Pero la roca impasible del destino caprichoso, se encargó de llevar a los dos personajes de nuestra historia hacia aquel paraje. En una de las bancas de mármol  se acomodaron él y ella; al lado de amobs estaba como testigo silente la diosa “Erato”
La luna llena estaba en su esplendor, Anselmo se iría y sin pensarlo ya extrañaba a Camila, miraba el horizonte de la noche de manera incierta, como atrapado por el viento norteño. Era una locura justificar algo así, pero soñaba y siempre soñó con la no existencia de barreras para brindar amor y más a otro ser, creyó y seguía creyendo, a pesar de lo sufrido, que no importaba la distancia si un hombre y una mujer se amaban, que el amor cubre con su melodía al tiempo, a la lejanía. El siempre estaría a su lado, musitándole “te amo” y  algún día uniría para siempre alma y corazón hasta la muerte.
Todo aquel delirio sobrehumano atravesaba su mente y no sabía porqué justo en ese instante de su vida sufría por tanto cojudeo. Lo peor era que toda esa ola sentimentaloide fue asumida por él con una valentía fuera de época; jugaba a ser el caballero que luchaba en las cruzadas o que Camila actuaría como Penélope cosiendo y descosiendo su minifalda o su sostén hasta que él llegara y contara sus peripecias con sus respectivos añadidos. Tomándo su mano veía en su mirada una desazón, leía un pensamiento que decía “no puede ser”; pero esta muchacha se mostraba atraída por sus ojos profundos y tristes, que jugaban a la felicidad, sabía pocas cosas de Anselmo y lo peor: mañana se iría. Las dudas perturbaban a Camila en esos devaneos psicológicos e intensos. Por su parte, él quería contarle su vida y desengaño, lo cual gracias a ella se aclaraba con la luz de la ilusión . Pero ¿Cómo?
Descartó la posibilidad de lo que sentía renunciando al beso anhelado. Se lamentó de ello porque serviría para darle fuerza y al regresar en verano devolver en sus labios la promesa de amor; de inmediato temeroso pensó – Luego vendrá abril y me tendré que marchar como siempre- Se dejó llevar por el corazón, pues aquella noche expresó lo que sentía en aquel instante y lo mucho que le gustaba sin considerar el breve tiempo que la trataba. Ella denotaba un entusiasmo sincero, atenuado por sus temores. Intuyó el miedo de Anselmo, un chico que apareció en su vida apenas una semana atrás y aparentaba ser feliz. Anselmo con un instinto inexplicable contó la historia de dos personajes, de una pareja. Era la corta vida de su encuentro, del corto tiempo de conocerse. Descansaba su rostro sobre el hombro sutil y delicado de Camila, suave como una cera natural. Súbitamente empezó a acariciar sus delicadas manos, a la vez que proseguía con el relato de sus halladas almas. Finalmente añadió: “ ...él se alejó triste y solitario porque ansiaba besar los labios de la doncella”. En ese instante se detuvo, pensó en no poder amarla doliéndole contar su propia tragedia, al parecer nunca recibiría amor. Cerró sus ojos, de pronto, sintió los labios de Camila humedeciendo los suyos.
Estupefacto miró su rostro. Vio la pasión, el temor, el deseo y tal vez una migaja de amor: Anselmo entonces volvió a cerrar sus ojos. Sintió pasión, temor, deseo y mucho amor, pues era un romántico que sobrevivía en una selva inmensa de cemento e insensibilidad.


FINAL DEL COMIENZO

Anselmo se puso de pie, contempló los árboles y soledad del “Parque Castilla” no sabía porqué estaba en Lima, quería cambiar su pasado y presente, quería ser un tipo normal, sin las elucubraciones que lo acosaban.
No podía él era así; su esencia reflejaba la constante búsqueda por equilibrar su vida y definir el destino superando lo pasado.
Luego de toda la abstracción, sabía que aún no podía amar y que no sabría amar, a pesar que lo necesitaba, a pesar que Camila lo esperaba aún, quizá y pensaba en él. O tal vez todo lo contrario. Prefería no imaginar, era imposible. Estaba perdidamente enamorado y guardaba esperanzas por recuperarla. Volvió a su cuarto y durmió.

Una vez más se repetía el sueño: Besaba a Camila en un prado verde embellecido con flores regalando toda clase de perfume y color al universo. La amaba, era feliz recordando aquel beso nocturno, la luna llena, sintiendo que la estaba amando y que a pesar de todo al final existía una luz prometedora.
Anselmo sobrevivía, aún cuando su generación rendía culto al Hedonismo. Su época carecía de bandera. Generación caótica, perdida, “x” o “y”, para él daba lo mismo, aletargada que a diario buscaba amor en discotecas o en canciones vociferantes y monocordes, que no son alternativa alguna. Cada uno viviendo a su manera, con matices de sordidez y levedad, de vacío y eterna confusión, en paisajes humanamente paupérrimos, en los que es fácil quererlo todo sin tener nada, en donde la sensibilidad se ve socavada por la terca obsesión de no desaparecer de aquella amarga escena.
Era un gendarme convencido del romance, un soñador, tal vez no quería vivir, ni coexistir en esa ciudad, en ese mundo al que pertenecía ineludiblemente. Sentía que la ciudad lo tragaba, que su juventud de nada servía; tenía veintitrés años y amaba como nadie y tal vez para nadie.


"La vida es aquello que te va sucediendo mientras que tú te preparas para hacer otros planes”John Lennon