Mientras la puta neblina, esa mañana, distorsionaba aún más mi visión de Lima “La horrible” y empañaba los vidrios de aquel antiguo bus, oía “Dont look back in anger” de la banda Oasis en mi reproductor. De pronto subió un anciano bien vestido, salvo por no tener correa. Era la tercera persona que requería caridad en mi corto trayecto. Ante su presencia bajé el volumen para escucharlo. Con su mirada extraviada el anciano refirió haber sido asaltado por unos ladronzuelos, de aquellos que pululan por todo Lima, que le arrebataron su bolsa de caramelos para vender y el poco dinero que tenía para dar el cambio.
Su mirada era triste y digna de un dramático plano cinematográfico, su voz rasgada vibraba intensamente como el clarinete de la versión “Amapola” de Morricone, su rostro se asemejaba al de un viudo sufriendo por algún amor fallecido o un añejo padre impactado por algún hijo caído en la fatalidad, en su mirada se vislumbraba una sed insaciable y deseosa de paliar toda aquella vorágine de la que había sido objeto. Por donde se le viere la desgracia había calado en ese hombre que en las postrimerías de su vida y a voz de cuello manifestó “estar desesperado”. No había más que suponer. Por alguna extraña y errada asociación de ideas -como verán más adelante- mi mente lo imaginó como el quebrado Maximiliano Morrel que en la juventud ayudó a Edmond Dantes a formarse como hombre de mar, estando al borde del suicidio antes que Edmond volviese a Marsella transformado por gracia divina como el rico Montecristo.
Es usual en Lima esta clase de escenas, pero es mucho más chocante ver a un anciano en estas circunstancias; en el bus habían dos policías y el resto eran usuarios como yo rumbo a su trabajo (lo cual en el Perú puede ser una bendición o un infortunio en la mayoría de casos). El desgarrador comentario ocasionó miradas interiores, captando la atención del grueso de pasajeros. Empezaron a tiritar en los bolsillos las monedas. Como debe ser, en estos casos, procedí a extraer de mi bolsillo una de cinco soles (1.5 Dólares), quería agradar a diosito ese día. Este ser humano digno de piedad se iba acercando, pensaba que era poco lo que hacía, pero bueno, a veces suben niños o discapacitados y hay que dosificar la caridad.
El buen anciano llegó a mi sitio, tomando su moneda raudamente prosiguió su accionar. De pronto mi olfato de "bebedor social" percibió un olor familiar e incluso agradable, no tuve tiempo de racionalizar la situación extasiado por dicho hedor, que estaba registrado en mi cerebro bajo la denominación “Anisado rechusco”.
El anciano bajó, a la vez que los usuarios que habían colaborado se miraban con escepticismo, pensé en lo que un amigo de infancia que fumaba pasta básica me dijo algún día: “Nadie sabe la de nadie”. Sentí un poco de culpabilidad, pues pensé que iría a comprar más “Anisado”, ”Racumín“ “Saltapatrás” o sea mierdas de a sol que se venden en cualquier lupanar de la capital y te pueden matar alcoholizándote, empezando por el alma.
Quién sabe el tipo de circunstancia que genere en un ser humano la perdida de su dignidad y decencia, supuse no tendría hijos y por ello su abandono material y moral. ¿Dónde está el Estado? Seguro algún político hijo de puta en una respuesta mediática y sanguinolenta me diría: "El Estado es dios, pídeselo a él”. Asumí que mi vida no era tan desgraciada, ni tan silenciosa, ni tan marginal o incomprendida; inquirí a Dios ¿Dónde estás? Hace tiempo no te veo, a pesar que cuando volví a Lima estaba dispuesto a “vender rosas en la Paz siendo más fuerte que el Olimpo” y así fue hasta que me ví en ese pequeño viaje en circunstancias totalmente diferentes.
El bus continuaba, mi vida continuaba y la canción de Oasis concluía con este verso: “Pero no mires atrás con rencor. No mires atrás con rencor. Te oí decir. Al menos no hoy día”.
Su mirada era triste y digna de un dramático plano cinematográfico, su voz rasgada vibraba intensamente como el clarinete de la versión “Amapola” de Morricone, su rostro se asemejaba al de un viudo sufriendo por algún amor fallecido o un añejo padre impactado por algún hijo caído en la fatalidad, en su mirada se vislumbraba una sed insaciable y deseosa de paliar toda aquella vorágine de la que había sido objeto. Por donde se le viere la desgracia había calado en ese hombre que en las postrimerías de su vida y a voz de cuello manifestó “estar desesperado”. No había más que suponer. Por alguna extraña y errada asociación de ideas -como verán más adelante- mi mente lo imaginó como el quebrado Maximiliano Morrel que en la juventud ayudó a Edmond Dantes a formarse como hombre de mar, estando al borde del suicidio antes que Edmond volviese a Marsella transformado por gracia divina como el rico Montecristo.
Es usual en Lima esta clase de escenas, pero es mucho más chocante ver a un anciano en estas circunstancias; en el bus habían dos policías y el resto eran usuarios como yo rumbo a su trabajo (lo cual en el Perú puede ser una bendición o un infortunio en la mayoría de casos). El desgarrador comentario ocasionó miradas interiores, captando la atención del grueso de pasajeros. Empezaron a tiritar en los bolsillos las monedas. Como debe ser, en estos casos, procedí a extraer de mi bolsillo una de cinco soles (1.5 Dólares), quería agradar a diosito ese día. Este ser humano digno de piedad se iba acercando, pensaba que era poco lo que hacía, pero bueno, a veces suben niños o discapacitados y hay que dosificar la caridad.
El buen anciano llegó a mi sitio, tomando su moneda raudamente prosiguió su accionar. De pronto mi olfato de "bebedor social" percibió un olor familiar e incluso agradable, no tuve tiempo de racionalizar la situación extasiado por dicho hedor, que estaba registrado en mi cerebro bajo la denominación “Anisado rechusco”.
El anciano bajó, a la vez que los usuarios que habían colaborado se miraban con escepticismo, pensé en lo que un amigo de infancia que fumaba pasta básica me dijo algún día: “Nadie sabe la de nadie”. Sentí un poco de culpabilidad, pues pensé que iría a comprar más “Anisado”, ”Racumín“ “Saltapatrás” o sea mierdas de a sol que se venden en cualquier lupanar de la capital y te pueden matar alcoholizándote, empezando por el alma.
Quién sabe el tipo de circunstancia que genere en un ser humano la perdida de su dignidad y decencia, supuse no tendría hijos y por ello su abandono material y moral. ¿Dónde está el Estado? Seguro algún político hijo de puta en una respuesta mediática y sanguinolenta me diría: "El Estado es dios, pídeselo a él”. Asumí que mi vida no era tan desgraciada, ni tan silenciosa, ni tan marginal o incomprendida; inquirí a Dios ¿Dónde estás? Hace tiempo no te veo, a pesar que cuando volví a Lima estaba dispuesto a “vender rosas en la Paz siendo más fuerte que el Olimpo” y así fue hasta que me ví en ese pequeño viaje en circunstancias totalmente diferentes.
El bus continuaba, mi vida continuaba y la canción de Oasis concluía con este verso: “Pero no mires atrás con rencor. No mires atrás con rencor. Te oí decir. Al menos no hoy día”.
AH, LOOK AT ALL THE LONELY PEOPLE!!! - ELEANOR RIGBY - COVER "THE BEATLES" POR CAETANO VELOSO
2 comentarios:
La implicancia social desde la percepción de tus letras, dejan ese sabor amorfo de aceptación a tan crueles verdades en las que solemos sumergernos y seguir en la contienda de sellar los labios porque estamos llenos de disconformidad callada..¿hasta cuando?
Gracias por emitir tu voz que sin duda ya tiene ecos sostenibles en mi sentir.
Un abrazo
Lucy
Esta sociedad a veces tiene más de "suciedad" que de otra cosa, es lamentable que nadie responda a tantos gritos, a tantas almas que se van por las alcantarillas de un estado que no responde a las necesidades de la gente.
Me encantó tu forma de contarlo!
Besos,
Chiqui.-
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