martes, 12 de mayo de 2009

EL MISTI DE LA RICA VICKY


El Misti de la Rica Vicky

La Victoria, viernes por la noche. El señor Aoky bordea los 80 años, de hablar solemne y pausado mira al horizonte como si avisorara al Monte Fuji Yama, relata una historia urbana de su niñez y juventud, de su romance con el tango y la criollada peruana. Como buen nisei impone respeto mientras eleva la copa de cuba libre que degusta con placer, lo rodean sus amigos de infancia, Walter, Arturo, Pichicho y “El niño”, una sarta de pendejeretes cuya felicidad ya quisieran tener muchos ricos y famosos, pero que se guarda como un tesoro en un barrio que se haya a punto de desaparecer y se llevará gran parte de una vida llena de bohemia, salsa, guitarra y cajón, avasallada por la cumbia provinciana y el comercio metropolitano: El Jirón Misti.
Aoky cuenta que a los 4 años y sin saber leer hizo una pequeña marca para poder identificar el disco de tango en donde estaba “La Cumparsita” y que hacía sonar en un fonógrafo. Antes de conocer la tierra de sus ancestros, tuvo la osadía de desafiar a su padre y con unos amigos juntaron dinero y fueron al barrio de Chacarita en Buenos Aires a dejar unas flores en la tumba de Carlitos Gardel, situación que por ejemplo este escribiente no concreta al no poder visitar hasta ahora el Liverpool de los únicos 4 melenudos que adoro en toda la tierra.
Mientras brindo y escucho extasiado el testimonio agradezco al Sr. Aoky haberme compartido su experiencia, mientras tanto Walter apaga la cocina en donde se acaba de cocer harto mondongo para un suculento cau cau que los gourmets prepararán para continuar con el rirtual bohemio el día Sábado. “El Niño” en un atisbo de mozalbete jubilado pretende morder un pedazo del libro del mondongo y recibe un palazo por parte de Arturo quien recrimina la osadía con un contundente “mierda”.
Esta cofradía habita en un local ubicado en el Jirón Misti N° 276 del distrito de La Victoria, en una quinta de balcones republicanos y por cuyos ambientes de deslizan seductores al olfato múltiples sabores de postres, potajes y por supuesto licor de toda gama. En la esquina de Renovación un pelotón de muchachos miran a los 4 costados cuán juanitos alimañanas si la autoridad intenta asomarse en aquella selva de cemento que guarda sorpresas e historias impensables.
Me hallo en este jirón de manera circunstancial, el alma del barrio es el "Club Misti” y las mujeres pasan salerosas rebatiendo con velocidad e ingenio la ráfaga de chacotas y cochineos barruntos que explotan a diario; no hay horario de trabajo, la policía deambula como perdida y una buena salsa se oye en el corredor de la calle anunciando una jarana interminable. Sin embargo el respeto es algo que existe, en medio de la alegría, la crisis y el sufrimiento humano que se disfraza de fiesta variopinta a diario, los “buenos muchachos” colaboran para la paila que una vez llena, elaborada y servida se convierte en la estrella de la tarde, de pronto nadie dice nada, nadie se sirve un vaso de chela pues todos incan sus miradas en el suculento potaje, sea un cau cau, canelones, sopa seca o cebiche. Los platos son repartidos a mansalva, se comparte con la mayor cantidad de vecinos posibles y todos, incluyéndome, satisfacen su hambruna criolla, es el momento cumbre, nadie critica al chef, es una regla, otro día el próximo oferente preparará la especialidad heredada y aprendida de sus padres.
El barrio derrama sabor, ritmo y calor humano, mas se percibe que la vorágine comercial y nuevos vientos avasallan su existir, los “buenos muchachos” refieren que el barrio cambió a pesar que sus familias son el fiel testimonio de una época inolvidable en donde la criollada estaba en su climax, así la diversificación poco a poco mina en su espíritu puramente bohemio y barrunto, algunos están cansados pero los más se resisten a la claudicación de su modo de vida, mientras tanto mi mente vuela en medio del paisaje suburbano, un borrachín danza en medio de la pista con una petaca de aguardiente, parece un dios poseído por toda aquella parafernalia que envuelve al barrio, suena el vals “El Artista” de José Escajadillo, mi corazón se embarga de emoción y una lágrima cae en mi vaso de cerveza al saber que hay una Lima que se va y nos deja solitarios.

lunes, 4 de mayo de 2009

OASIS EN LIMA PERU !!!





Cuando se anunció la llegada de Oasis meses antes, no otorgué la importancia del caso a su arribo porque elementos distractores nos invadían apabullando los sentidos con parafernalia marketera global. En la medida que los días pasaban los flashbacks se vislumbraban y reproducían en mi mente los momentos vividos con la banda a través de las mal llamadas cintas “chilenas” que no eran otra cosa que casettes pirateados en el centro de Lima, cintas VHS grabadas con especiales de estos descarnados músicos, liderados por dos hermanos cuya simbiosis es inevitable y conflictiva.
Siendo las 9.00 de la noche en punto la banda inglesa asomó al escenario en el viejo Nacional, la batería empezaba a remecer los cimientos del estadio que con sus estridentes colores parecía un viejo hippie sesentero. “Rock‘n’ Roll star” abrió la tremenda noche musical: no eran un grupete de payasos de circo haciendo muecas, ni se respaldaban en pirotecnia y escenografía a lo Ben Hur, vinieron a tocar , cantar y hacer delirar a un país que sabe de música.
¿Interactuar con el público? ¿Acáso son motivadores como el farsante de Cornejo? Nooo! Oasis es una banda vigente liderada por el binomio Noel y Liam, el primero talentoso y el segundo un patán grunge con buena voz y dominio escénico cuyas actitudes en su vida personal lo convierten en un lider artístico de la generación X.
En los 90 mi generación a parte de alcohol y cigarrillos buscaba iconos perdidos, pero no aquella especie de gurú vinculado a la política, no queríamos saber nada, estábamos hartos de quienes nos gobernaron y de quienes nos gobernaban enfilando indeseadamente un camino forzado hacia el autoexilio. En tanto al otro lado del mundo Noel marcaba soberbiamente la línea de los 13 de La Isla del Gallo en algún ensayo de la banda y su personalidad genial obligó a la banda “Rain” someterse a su voluntad, afirmando que si prescindían de sus composiciones no serían algo en el mundo musical. Aquel día paró de llover y un caudasoloso río alumbró un Oasis para el bien de este mundo desértico: la Banda había nacido.
Estando en una estúpida clase aburrida de Derecho mi amigo Ernesto me dice “Escucha chiclayano son The Beatles, cantan igualito, se peinan igual y son unos enfermos...No jodas" arremetí. Ante su insistencia en aquel walkman Sony que muchos usábamos oí un piano imitando a “Imagine” era el preludio de lo que se convertiría en un himno de mi generación: Don’t look back in anger; (pero no mires atrás con rencor te oi decir, al menos no hoy día ) cantaban cuando más de uno le quería romper la cabeza al gordo de Abimael por tanto dolor causado inútilmente en nuestra patria, esa canción fue un bálsamo que ayudó a reinventarnos, a madurar y a vivir el día día.
Siendo un beatemaníaco compulsivo me rendí ante la banda, ante su sonido acústico, su sicodelia y ante sus poses irreverentes pero espontáneas. Recuerdo un Unplugged en donde Liam ebrio miraba cínicamente a Noel quien cantaba solo en el escenario desde lejos, era la clase de desmán inherente a un verdadero rockero y no traducible para afeminados caballeritos que se hacen llamar estrellas del pop rock que me causan escozor y náuseas acústicas.
Es cierto no cantaron las antiguas, ello hubiere sido una sobreintoxicación pues "Wonderwall" ha sido vilmente manoseada por radios y hasta por discotecas cagonas en remixes como todo éxito, pero igual tenía que ser ritualmente cantada. Nos ofrecieron cosas nuevas pues se sabe que ellos no miran atrás.
El epílogo apoteósico con I’am Walrus fue un tributo a los 4 de Liverpool sin precedentes en mi vida, todo el estadio coreaba el tema como si el alma de Lennon y Harrison sumada a la de Ringo y Paul se hubieren fusionado y reencarnado en este grupo magistral y soberbio. Todo el Estadio cantó esta canción llena de mensajes subliminales, poemas y juegos de palabras con collages y sonidos alucinantes, fue una verdadera orgía musical, mientras Liam descendía como un piraña más a saludar a sus seguidores peruanos, cosa poco usual en él obedeciendo al sentir que el Peru los ama como grupo.
Terminó el concierto, de pronto en la oscuridad del escenario apareció un tipo a desconectar algún equipo, la gente inocentemente lo aplaudió pensando sería una yapa al siete colores musical, pero seguro la banda ya se hallaba degustando en el backstage pisco sours, sobreviniendo una canción de Elvis para calmar a la masa pensante mientras aún en estado de frenesí desalojaban el José Díaz. Mucho de nosotros se ha quedado en ese concierto, muchas emociones, sonrisas, llanto, saltos, giros y gritos; los hijos musicales de The Beatles nos visitaron, queda en mí la pregunta clave:¿Volverán? Estoy convencido que sí pues el público peruano le dio todo a Oasis aquella noche de los mil y un versos musicales.
PD.- Se sienten los pasos de Sir Paul Mc Cartney.